Castigo desde la Telaraña

Ilanië y Anakélian apenas podían contener su impaciencia. Como exarcas, todo el tiempo que no pasaban en combate o en sus templos entrenando sus habilidades marciales era tiempo desperdiciado. ¿Estaría Eldarion poniéndolos a prueba al convocarlos a la Cúpula de los Videntes? Como con todos los grandes videntes de Ulthwé, nunca se podía estar del todo seguro de cuál era el fin último de las enigmáticas acciones de Eldarion; aunque una cosa era segura, en los milenios que llevaba como uno de los consejeros del Mundo Astronave había demostrado que todos y cada uno de sus planes de acción iba encaminado a evitar que en el futuro se desperdiciaran vidas eldar, un propósito difícil de conseguir en un universo nada amable con una raza condenada a la extinción.

A los seiscientos sesenta y seis latidos de corazón desde que llegaron, demasiado tiempo esperando sin la perspectiva de un combate para unos exarcas cuya única razón de ser era vivir por y para el combate, Eldarion apareció caminando lentamente por el bosque de cristal, acompañado por un forastero. Las prendas del extraño delataban quién era, alguien que fue llamado por la Senda del Proscrito, un explorador.

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—Ilanië, Anakélian, sentís la necesidad de derramar sangre y apenas habéis podido soportar esta espera, El de la Mano Ensangrentada os llama, ¿verdad? —dijo con voz suave el vidente.

La fría mirada de los exarcas era la única confirmación que necesitaba Eldarion:

—Ulthwé va otra vez a la guerra. Me entristece pensar en las vidas de los habitantes que se perderán, pero es necesario hacer este sacrificio ahora si no queremos sufrir un castigo peor en el futuro.

—Señalad al enemigo y mis espectros atormentarán su alma —respondió rápidamente Anakélian.

—Maleficus Saima —Tras mirar alrededor con desprecio, como si el mero hecho de pronunciar el nombre hubiera contaminado el aire, Eldarion continuó—. Así se hace llamar el hijo del Cíclope Rojo. Es imperativo que acabemos con él ahora, las runas me han revelado que dentro de 10 ciclos estelares estará en posición de poder acceder a la Biblioteca Negra, y esto es suficiente motivo para acabar con su vida ahora —mirando al explorador, le invitó a hablar.

—Luzon, así llaman los mon-keigh al planeta donde el hechicero que buscamos se encuentra ahora. Yo y mis compañeros abandonamos el lugar cuando nuestro enemigo bajó del cielo con sus guerreros dispuestos a aplastar a los seguidores del que llaman Emperador. Si nos movemos rápido por la Telaraña podremos atacar rápidamente, acabar con él y retirarnos antes que sepan qué les golpeó.

—Ya habéis oído —dijo Eldarion—. Os conduciré a la batalla lo antes posible, no quiero pensar cuánta sangre de nuestro pueblo será derramada por cada segundo que regalemos de vida a Maleficus Saima.

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